MEMORIAS DE UN HUAPANGUERO. PACHAMAMA O JOSÉ APOLINAR D’LABRA CARBAJAL Y LA CULTURA DE LA TIERRA CALIENTE

¡Mañana serás poeta!

De tu raza, en tu tierra

habrán de recordarte

los que un ideal defienden

los que cantan a la vida y a la muerte;

los que hablan sin lastimar

y se esconden tras el viento por modestia.

¡Mañana serás poeta!

Cuando tu sombra te abandone

y entrarás floreando en el recuerdo,

como el guachito que besa sin malicia,

como el verdor que baila con la lluvia

o el rocío que amanece modorro sobre el prado.

¡Mañana serás poeta!

Cuando tu nombre se haya pulido

con el desprecio que hoy recibes,

bajo las shacuas dormirán tus huellas

y cuando tu calor se esfume

habrá labios que te besen,

hermanos que te abracen

y tal vez… ojos que te lloren.

¡Entonces serás poeta!

Cuando no puedas saborear la gloria

y tu remolino quede quieto,

se escuchará tu voz en mil rincones,

entonces… entonces…

José A. D’Labra Carbajal

Por Gregorio Martínez Moctezuma

Colaboración especial para Azteca 21

Ciudad de México, 30 de diciembre de 2022. El 26 de diciembre de 2022 fui a Tamácuaro, en el municipio de Cutzamala, Tierra Caliente de Guerrero, un pueblo generoso y bonito. Un amigo periodista, Ángel Ramírez Ortuño, también cronista de Huetamo, me invitó a participar en el homenaje preparado para honrar la labor y la memoria del doctor José Apolinar D´Labra Carbajal, quien nació ahí, en 1934. Fue una experiencia que me cimbró, que me hizo viajar en el tiempo de una manera espeluznante, mágica, poderosa, similar a cuando conocí a Heliodoro Topado, Zeferino Nandayapa, Juan Reynoso, Ángel Tavira, Salvador el Negro Ojeda, Lupe Reyes, Heraclio Laco Alvarado, Guillermo Cházaro Lagos, Pedro Sauceda, Tomás Gómez Valdelamar, Leandro Corona, Fortunato Ramírez Camacho, J. Natividad Leandro Chávez, Tomasa Palomares, Cástulo Benítez de la Paz, Lorenzo Camacho, Ángel Huipio Santibáñez, Guillermo Velázquez, el doctor D’Labra…

Amable lector, perdona la digresión y la hipérbole, pero la memoria tiene sus secretos imprevistos que de modo inesperado e indefinible te llevan por insondables vericuetos. Así me sucedió a mí ahora. Antes de continuar, debo señalar que conocí personalmente a estos grandes personajes, mas no fui amigo de todos ni con todos pude establecer una charla o conversación, pero sí estar cerca de ellos, vislumbrar su figura, su arte, su personalidad. Es algo que, en efecto, estremece y conmueve, transforma a quien recibe —o está dispuesto a recibir— su influjo. También dejo los puntos suspensivos porque la lista es muy larga e incluye a los músicos que no son tan conocidos o renombrados, pero cuya presencia en mi vida es real, como la de los mencionados. Y les ofrezco una disculpa por la omisión involuntaria.

De este modo, esta visita a Tamácuaro me dio un pase directo al túnel del tiempo, me llevó a Ajuchitlán, al ya lejano febrero de 2007, a la casa de la familia Cambrón Figueroa, a otro homenaje, a otro momento esencial de mi vida huapanguera, de mi vida de aficionado a la música tradicional y a la cultura popular de México. De hecho, también me regresó al cuaderno, a la imperiosa necesidad de pergeñar estas notas, estas evocaciones, pues éstas pretenden ser una mínima impronta en la senda del tiempo, en mi tránsito por la cultura nacional, pero impronta al fin. Difieren de este tipo de género escritural en que no están dictadas por el reposo ni la sabiduría, pero sí impelidas por la nostalgia, por la certeza de que son actos, momentos que la Pachamama —en un sentido amplio, generoso— me ha regalado. Gritos aislados —y necesarios para mí— en el desierto contra el olvido. Visto así, he sido muy afortunado, y esto, desde el inicio de estas “Memorias de un huapanguero”, hace ya varios años, aunque de modo intermitente, me ha estimulado a escribirlas, a compartirlas con mis semejantes, es decir, con los que, todos juntos, armamos la fiesta, el fandango. Amantes del arte, de la cultura.

En ese acto de homenaje al doctor D´Labra se me agolparon cientos de momentos, de recuerdos. Este efecto mnemotécnico quizás fue causado por el cansancio del viaje y por dos días sin dormir —esta ocasión no puedo decir que por el calor, pues realmente fue un día de clima agradable. Bueno, vamos a los hechos. Qué grato fue volver a Cutzamala, embelesarme con sus techados, con su histórica iglesia, con sus calles empedradas, con el aire que transporta tanta nostalgia y tanta esperanza. La pujanza de la vida calentana. El reencuentro con los amigos. La cita para acudir al homenaje era a las 10 en la plaza cutzamalteca. Rodrigo Carreño López me esperaba en el quiosco. Caminamos al mercado a almorzar. Luego nos encontramos con varios de los amigos que irían al homenaje. De ahí partió la caravana a Tamácuaro. Nos tocó irnos en el automóvil del esposo de la licenciada Norma García. En el poblado ya estaba todo listo. O casi.

En la escuela primaria rural “General Vicente Guerrero” se preparó el escenario para evocar a uno de los hijos ilustres del pueblo. En la mesa del presídium estuvieron Mario Vergara, de Arcelia, Verónica Leonides, de Ajuchitlán, el profesor Javier Peralta Arroyo, director de la Secundaria Técnica 175 local, Javier y Luis Cristóbal D’Labra, la presidenta municipal y su esposo, Rosita Jaimes y Timoteo Arce, Ángel Ramírez Ortuño, Alberto Hurtado, Mario Valle; perdón por alguna omisión, pero la memoria no todo registra y no tuve oportunidad de tomar notas. Entre el público asistente estaban Andrés Jaimes Sánchez y Delfino Hernández, de Tlapehuala, Mario Ruiz Santamaría, Gregorio Urieta Rodríguez, Abraham Flores Ramírez e Israel Noé Borja, de Ciudad Altamirano, y personalidades cutzamaltecas, no conozco a todos, pero reconocí a un maestro que escribe libros, de nombre Servando, y a quien conocí en la Ciudad de México, donde radica. Casi todos los integrantes del presídium pasaron al podio a decir un mensaje, a evocar al amigo, al escritor, al médico, al poeta, al filósofo, al padre.

La conducción del acto de homenaje estuvo a cargo de la maestra Yesenia García. En la parte musical participó el grupo Orgullo Calentano, de Tlapehuala, dirigido por el maestro Pedro Paredes, quien fue invitado por el médico Osiel García. Vaya, también con este conjunto tengo apalabrada una charla con Pedro y su hijo Gustavo, el otrora Gavilancillo del Violín. Por cierto, y a modo de apunte para el que suscribe, tengo pendientes al menos tres entregas de estas “Memorias…”: Encuentro Nacional de Mariachi Tradicional (ENMT), el Coloquio Internacional de Mariachi, en Guadalajara, en octubre de 2022, y el XXIII Concurso de Gustos y Sones “Isaías Salmerón Pastenes”, en noviembre pasado, donde este conjunto regional se llevó el primer lugar.

Volviendo al tema de este día, cabe mencionar que, antes del final, llegó al homenaje un joven poeta de Coyuca de Catalán, me parece que de nombre Javier Sánchez Sebastián. Ya lo conocía, pues participó en la presentación del libro “Andrés Jaimes Sánchez. Tierra Caliente. Los murmullos, la luz y sus reflejos”, en La Bajada, en 2019. Extraordinarios los tres poemas que leyó/recitó. Deslumbró a los asistentes con la pulcra sencillez de Sabines, la profundidad emotiva de Neruda, la fuerza telúrica de Miguel Hernández. Un cierre que, sin duda, hubiera hecho aplaudir al doctor D’Labra. Luego del homenaje fuimos a la pista “Los Tamarindos”, donde comimos, platicamos, bebimos, departimos. Fuimos espléndidamente atendidos por la familia García, alma del homenaje, a quien expreso mi agradecimiento por su hospitalidad y atenciones.

Más tarde volvimos a Ciudad Altamirano Abraham, Rodrigo, Delfino y Noé, en el carro de este último. Pasamos la tarde bebiendo cervezas en una esquina de La Costita que me hizo recordar a Cástulo, el guitarrero de don Juan. Ahí se suscitó una plática que se revolvió en mi mente con los sucesos del día y con los de hace 15 años en Ajuchitlán del Progreso. Como si fuera una película realizada en cinemascopio. En esos instantes luminosos, casi epifánicos, entre la somnolencia y la lucidez, comprendí cabalmente mis andanzas por los caminos del son de México, por la cultura de Tierra Caliente. Ha sido mi elección, mi decisión de vivir en vivo las músicas de México que me gustan y llenan el alma. Y esto me ha llevado a conocer artistas formidables, amigos entrañables, a sortear obstáculos, a sufrir adversidades, desvelos, diferencias…

Por mi gusto, porque así lo he asumido desde hace muchísimos años. Nadie me paga para ello —tampoco estaría nada mal que hubiera quien lo hiciera, pero sólo por el honor y el placer de hacerlo, de figurar al lado de la obra patrocinada, como ocurrió con Miguel Ángel y los Médici, aunque tampoco fue una relación de simple mecenazgo…—. Y sí, mucho lo hice y hago por mis propios medios y posibilidades, pero en más de una década mucha gente me ha apoyado para poder hacerlo. Aquí y ahora doy las gracias a todos aquellos que de alguna u otra forma han hecho posible mi trabajo, mi labor; a quienes, directa o indirectamente, han contribuido a escribir estas “Memorias…”. Ellos saben quiénes son y yo también. Y lo he reconocido y reconozco públicamente cada que sale a colación el asunto donde he recibido apoyo. No sólo en la Tierra Caliente, sino en todos los lugares a los que he ido; en todos lados Dios me ha puesto en buenas manos, pues no sólo he escrito de música tradicional. De hecho, tengo material “congelado” de periodismo cultural y musical que bien podría dar pie a diez o más libros; más unos tres poemarios. Por todo ello, gracias, Padre, así ha sido, así es y así será.

En fin, esa tarde, rodeado de amigos artistas, entendí que hacer es un verbo que se ha vuelto mi mantra, mi guía. Que la palabra que define mucho de mi actuar es vinculación. Que siempre he tenido diferencias, respecto de los demás, con mi modo de percibir la realidad, pero que esas diferencias enriquecen mi visión, que incluso son esenciales para la diversidad cultural de la sociedad, de una región cultural, del arte.

Reafirmé mi convicción de que la Tierra Caliente es un tesoro artístico, que cuando cada uno de sus hacedores culturales mire y respete al otro, que haga su trabajo y aprecie el de su colega, lo comente, reseñe y recomiende —la crítica y la tolerancia a ésta también piden su espacio—, que el público asista a los eventos y compre sus materiales, sólo entonces su trabajo artístico trascenderá, y así México tendrá la oportunidad de regocijarse con obras que están a la altura de cualquier otra región cultural del país, a pesar de que allá no se ha tenido la estructura que permite, posibilita o facilita el cultivo de las artes.

Como la labor que realizó el doctor D’Labra, quien no era músico, pero que llevó a cabo una tarea formidable, extraordinaria, y que realizarla no lo hizo monedita de oro, pues el artista auténtico no lo hace para serlo, a veces, sin desearlo, para incomodar, como él, a quien tuve el privilegio de recibir casualmente en Huetamo en el Encuentro de Poetas de la Tierra Caliente, en septiembre de 2021. El encuentro aún no iniciaba y salí un momento de la Casa de la Cultura a hacer unas llamadas. Cuando concluí una, lo vi caminando en mi dirección. Lo saludé y me dio un abrazo. Platicamos unos minutos. Ácido, crítico, controvertido; consciente de su tiempo. Genio y figura.

Después ingresamos al auditorio y nuestra presencia levantó un arroyo de murmullos. Muchas personas y escritores se levantaron a saludarlo. Yo me hice a un lado. Tomé algunas fotografías. Más tarde le compramos un libro: “Erangani. Aprendiz de filósofo”, que Tacho, Anastasio Santana, el director de Las Zirandas, se llevó a Zirándaro; confío que aún esté en la sección de escritores de Tierra Caliente, en la biblioteca del centro cultural. Por cierto, aquí cabe mencionar que los hijos del doctor D´Labra llevaron ejemplares del mismo título y lo obsequiaron a los asistentes.

No quiero cerrar esta entrega de “Memorias de un huapanguero” sin dejar de mencionar a la obra que la ilustra, obra de Andrés Jaimes Sánchez, que no tenía título y aún desconozco si lo tiene, que yo denomino “Pachamama”, porque me parece que es la representación ideal de la Tierra Caliente, generosa y feraz, de la obra de su autor y de la de su poseedor, el doctor Galileo Cambrón Figueroa, y de la del hijo pródigo de Tamácuaro, José Apolinar D’Labra Carbajal, quien volvió a su tierra para siempre el 25 de diciembre de 2022.

Una obra espléndida que estuvo en exhibición en Tlapehuala, en el Salón del Arte, en las instalaciones de la Feria del Sombrero 2022, y que llamaba la atención de todos los visitantes que se animaron a pasar a contemplarla con calma y atención. Una pintura central en la obra completa de Andrés y que aparece en la contraportada de su libro “Cantares y amigos del pintor” (Agua Escondida Ediciones, México, 2022), y que muy bien pudo ser la portada. Esa magna obra, por las dimensiones y su importancia en la trayectoria artística del pintor tlapehualense, ahora debe estar iluminando el espacio en la estancia de la casa de Galileo, la cual —gracias a su labor de cuasi mecenazgo y promoción cultural, y del apoyo de su familia— es uno de los centros culturales comunitarios que han escrito su propia historia con hechos, parte de la cual ya ha aparecido en estas “Memorias…”. De esta manera, respecto del merecido, concurrido y exitoso homenaje al doctor D’Labra, una verdadera leyenda de la cultura calentana, sólo queda por concretarse su último anhelo: que haya una biblioteca en su pueblo con su nombre y con parte de su acervo, y otros más, claro. Ya se dio el primer paso, esperamos el segundo. El tercero: que lo leamos. Hasta entonces y gracias por leer.

Fotografías: pintura de Andrés Jaimes Sánchez y El Axolote Ilustrado.

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