Un rabo para Miguel Angel Perera en su debut en la Plaza México y dos orejas para José Mauricio

La mejor faena de la tarde
 fue la de José Mauricio a
un buen toro de Barralva
Foto: Cortesía lamexico.com

Por: Paco Prieto
Cronista taurino Azteca 21

Ciudad de México.- 26 de Enero del 2009.- De nuevo, un encierro de dar pena. Aunque según los anuncios los toros, en general, pasaban de 4 años y medio, no lo parecían. Los últimos dos de la lidia ordinaria tenían unas caritas que hacían presente el fraude aunque sólo el primero de ellos, a saber, el segundo de Perera fue protestado desde su aparición en la arena.

Y en cuanto al de Xajay que regalara el diestro de Extremadura, para quien esto escribe, tampoco parecía un animal de más de cuatro años. Ahora bien, supongamos que los 7 toros lidiados hubiesen cumplido los cuatro años, pues bien, aun así carecían del trapío que una plaza de primera categoría, como la México, debe de exigir.

El toro para lidiarse en las plazas de primera debe ser un animal que por sí mismo haga sentir al público que, en efecto, la fiesta de los toros es la fiesta brava. Hubo, empero, algo peor: los toros, exceptuados el primero que le tocó en suerte a Mauricio, de la ganadería de Barralva y el de Xajay todos los animales fueron medidísimos de raza, dicho de otro modo, la emoción que pudieran comunicar se debería al torero.

He ahí un mal de un sinnúmero de ganaderías mexicanas actualmente: han rebajado tanto la sangre de los animales privilegiando la nobleza dulce por sobre la bravura que los animales han acabado por carecer de ésta. Si la semana pasada el encierro de Teófilo Gómez pasó al tercio de muleta casi sin castigo y no ocasionaron mayores problemas a los toreros, lo mismo sucedió el domingo 25 con los toros de Barralva. Así que se torearon toros crudos que no lo parecían, ¡tan escasa era su raza!
 

Pero vayamos con los diestros. Manolo Mejía sigue siendo un torero técnico, con escasa disposición de entrega y que, sistemáticamente, torea de capote y de muleta aliviándose, o sea, sacando a los toros de jurisdicción, citando una y otra vez por el pitón contrario, evitando pasárselos en torno a la cintura. Tiene el sentido del son del toro mexicano del encaste San Mateo y como Manolo Martínez en más de la mitad de su carrera -Mejía es considerado el mejor discípulo del desaparecido torero de Monterrey- y Enrique Ponce cuando se lo permite un público poco exigente, torea fuera de cacho. Como son toreros cadenciosos, el público de la México, para nada torista, pasa por alto el pico de la muleta y otras formas cómodas de ejercer en el ruedo siempre y cuando los lances y los pases sean lentos y templados.

Hay, sin embargo, que hacerle justicia al público de esta plaza en buena parte de su historia, ese público que se ha ido saliendo del coso según pasaban años y más años en que la Monumental padecía los manejos arbitrarios del empresario Rafael Herrerías. Cuando había seriedad, ese público, con su tendencia torerista y enemiga de tremendismo y vulgaridades, sabía apreciar y premiaba a los grandes lidiadores. Por eso admiró a Fermín Espinosa, el fundador de la dinastía, al Ranchero Aguilar, a Antonio Velásquez, Rafael Rodríguez, Mariano Ramos…Mejía toreó bonito –torear bonito no es torear bien- a su primero y cuando, por su sosería, hubiera sido necesario pisar terrenos prohibidos, Mejía no lo hizo y el gozo, si lo hubo, se fue al pozo. Su segundo era un animal que iba con la cabeza arriba, pero como no tenía malas intenciones, vinieron pases y más pases sin sentido ni sustancia.

 ¡Que grata sorpresa nos ha dado el joven capitalino José Mauricio! Siempre se le vio valiente, siempre elegante y vertical, pero ahora, además, sabe torear y a juicio mío hizo, con su primer enemigo, los lances y pases más hermosos de toda la tarde. Y hablemos sólo de su primer enemigo, el único enjundioso, sobradamente pastueño pero de embestida corta del encierro de Barralva ya que el segundo fue de lo peor del encierro.

El toro que bordó Mauricio y que le valió cortarle las dos orejas era necesario torearlo a la mínima distancia y aunque pastueño embestía codicioso, de modo que el joven se jugó la vida sin efectismos ni golpes teatrales. Maravilló la serenidad, las cadencias con ritmo perfectamente marcado, el que se pasara al animal en torno a la cintura y lo despidiera a un mismo tiempo con gravedad y con gracia. El toro prácticamente no le tocó el engaño a pesar de que lo toreara a la mínima distancia. Después de tal demostración de arte y de poder, lo menos que podemos esperar los aficionados es que José Mauricio sea reprogramado en las tardes estelares que nos aguardan en el mes de febrero.

Y llega el turno de que hablemos de quien llaman en España “el gran Perera”. Pues bien, en su primer toro, el de la confirmación de alternativa, un animal bobo, descastado, Perera tardó en darse cuenta de que a un toro mexicano del encaste de San Mateo con tales características, hay que torearlo en su mismísima cara para no matar de aburrimiento a los espectadores. Se dio cuenta tarde y logró dos series excelentes También el público sensibilizó la bobaliconería del astadoy lo abucheó en el arrastre tanto como aplaudió y sacó al tercio a Perera.

Su segundo toro, un novillo protestado a la salida, era aún más descastado. El público agradeció al de Extremadura los terrenos que pisó y, sobre todo, el gran volapié, elegante y fulminante, con el que lo mató. Una oreja pedida por el público, concedida por el juez y, acaso, excedida. El torero anunció que regalaba uno y desde ahí, el público se le entregó sin reservas, al fin que había caído con el pie derecho y no tenía por qué recurrir al regalo.

Y salió un toro de Xajay codicioso aunque, de aspecto, no podía asustar al torero más medroso, que no es el caso del valiente extremeño. Verónicas cadenciosas, chicuelinas y tafalleras ceñidas aunque bastas. Con la muleta, una faena larguísima con pases de todas marcas que en su parte final mostró el imaginario del torero que se adornó de los modos más diversos para que no pudiera, ni por asomo, decaer la atención. Un estoconazo fulminante, un juez que da las dos orejas y una afición que exige el rabo que el juez acaba por otorgar.

Este Perera es un torero alto, de brazos largos de lo que saca ventaja, por momentos retorcido y perdiendo la verticalidad pero con un mando, un poder, un oficio excepcionales. No es el torero que lo levanta a uno de la localidad pero que transmite sobradamente lo que hace. Un torero del corte de un Jesulín de Ubrique, muy lejos del arte exquisito de un David Silveti, de un José Miguel Arroyo, de un Morante de la Puebla…Creo que de haber sido yo el juez, no hubiera otorgado el rabo pero no me atrevería afirmar que no se lo ha merecido.
Comentarios a esta nota: paco.prieto@azteca21.com

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