Primero Hermoso, después naide (bis)

Pablo Hermoso se lució en grande
esta tarde en la 'Monumental'
Foto: Cortesía lamexico.com

Por Juan Prieto
Cronista taurino Azteca 21

Ciudad de México.- 22 de Febrero del 2009.- Hace algunos años, después de que Pablo Hermoso de Mendoza cortara cuatro orejas en la plaza de toros de La Maestranza de Sevilla, el crítico Joaquín Vidal tituló su crónica en las páginas de El País: Primero Hermoso, después naide. Aquella cabeza, que parafraseaba la máxima que muchos aficionados españoles popularizaron en el siglo XIX para enaltecer la supremacía del Guerra sobre el resto del escalafón, tiene hoy una vigencia incontestable.

 

Después de tres años de ausencia en la Plaza México Pablo Hermoso de Mendoza volvió para hacer la mejor entrada de la temporada. Ni José Tomás en  la tarde de su presentación, ni  Enrique Ponce durante su reaparición, ni los seis espadas “triunfadores” anunciados para celebrar  un aniversario más de la Monumental consiguieron convocar a tanta gente. Semejante expectación fue recompensada generosamente. Con una cuadra renovada el jinete navarro refrendó con autoridad su aureola de figura.

Abrió plaza Pame, un negro bragado con 528 kilogramos, que como el resto  del encierro de  Los Encinos, mostró una debilidad preocupante; tanto así que Hermoso de Mendoza decidió pasarlo con un solo rejón de castigo. Ya con las banderillas y montando a Chenel (uno de los veteranos de la cuadra),  Pablo Hermoso, dueño absoluto de la situación, fue encelando al cornúpeta a base de llevarlo muy templado, cocido, prácticamente, al costado de la cabalgadura.  Repitió la dosis con SIlverio  y puso a la plaza de cabeza clavando los garapullos después de quebrar limpiamente las embestidas de un animal cada vez más agotado. Con en el toro hecho un marmolillo, reventado, azorado ante tanta perfección, Hermoso de Mendoza saltó al ruedo a lomos de Ícaro, un bellísimo bayo que debutaba en la Monumental.  Con él, girando en torno a un animal que más que atacar se defendía, colocó banderillas cortas y un increíble par a dos manos.  Olía a triunfo grande cuando cogió el rejón de muerte. Sin embargo, fue incapaz de hundir el estoque en el primer intento ante la nula acometividad de su oponente y todo quedó en una calurosísima salida al tercio. Desde el palco de la autoridad se ordenaba una incomprensible vuelta al ruedo a los restos de un toro que, si bien fue noble y  enseñó cierta fijeza, estuvo muy lejos de poseer las cualidades que supone el homenaje de marras.    

Con el cuarto, de nombre Conin, única res con algo de celo y motor de la vacada queretana, Hermoso volvió a brindar cátedra. A los quiebros en un palmo de terreno, al pulso inverosímil al torear de costado, al dominio de los terrenos y a esos prodigiosos “trincherazos” dibujados con la cola de sus cabalgaduras, sumó, montando a Fusilero, una serie de espectaculares giros en la cara misma del toro que sacudieron los cimientos de la Plaza México. Como en esta ocasión mató de un rejón en todo lo alto, los tendidos albearon sin remedio. Después de dudar un poco el juez concedió el rabo que fue protestado por un sector del público. El que esto escribe no tiene más remedio que declarar su perplejidad ante la rechifla.  

De los de a pie poco hay que apuntar. Frente a una plaza casi llena, escenario soñado para cualquier coleta que aspire a ocupar un sitio de privilegio,  Jerónimo naufragó entre un mar de dudas. Si bien en su descargo se puede señalar que enfrentó un lote débil, a veces áspero y de muy escaso recorrido, resulta imperdonable tanta indecisión cuando aún no se es nadie.   Por su parte, Octavio García, El Payo, que pechó con dos toros de comportamiento similar, mostró un celo y un pundonor dignos de mejor suerte.

Leave a Reply