El músico y arquitecto Adolfo Cantú Elizarrarás, ofreció en el Museo Nacional de Arte del INBA su charla “Nuestros años en París”

En su participación, Cantú Elizarrarás estableció el contexto histórico en que se dio el surgimiento de este movimiento artístico, cuya característica central es la creación desde diversos soportes, de ambientes oníricos que evocan los sueños. Todo inició al estallar la Segunda Guerra Mundial, cuando México ofreció refugio a muchos surrealistas europeos.

De ahí que al concluir el conflicto se creó el ambiente propicio para que los nacionales viajaran al viejo continente, en particular a la ciudad de París, Francia. Artistas como Federico García Cantú convivieron con pintores como Salvador Dalí, el principal promotor del surrealismo, André Bretón, así como con el cineasta Man Ray, entre otros.

“Aunque los franceses lo nieguen, los soldados estadounidenses fueron los que hicieron que ellos comenzaran a incluir en sus costumbres cotidianas el bañarse diario… un dato que puede parecer sin importancia y hasta chusco, pero que quiero resaltar porque me parece necesario comprender algunos de estos detalles para dimensionar el ambiente que se vivió en esos años.

“Sobre todo en lo que tiene que ver con los surrealistas, porque todo, en verdad todo lo que hacían ocurrió en los cafés del centro de París donde acostumbraban reunirse todas las tardes. En esos lugares surgieron muchas de sus ideas y proyectos para desarrollar obras que hoy podemos admirar en esta exposición, en un ambiente marcado por la influencia del alcohol y las drogas”.

Cantú Elizarrarás señaló entonces que en ese caldo de cultivo reunió a autores de al menos dos corrientes artísticas contrapuestas y complementarias entre sí, que son el dadaísmo y el surrealismo, cuyos creadores decían odiarse pero que acostumbraban  convivir en los mismos lugares.

“Esta convivencia los llevó incluso a trabajar con las mismas modelos, como Kiki de Montparnasse, quien posó para Man Ray –de hecho fue su amante-, y otros dadaístas. Mencionó su caso porque ejemplifica claramente esta convivencia creativa entre unos y otros; de esta manera, los supuestos enfrentamientos y desacuerdos se daban en el terreno de las ideas, pues mientras los dadaístas defendía el hecho de su movimiento era destructivo y crítico de las instituciones, los surrealistas mantenían una posición creativa, que buscaba mejor el mundo.

“Los mexicanos que convivieron con ellos, con Federico García Cantú como principal exponente, regresaron al país luego de mantener una intensa relación con los surrealistas con ideas plásticas que marcarían su producción plástica. En el caso de autor mencionado, sus esculturas –como las que están en el edificio central del IMSS-, fueron creadas con el espíritu de esos artistas”.

Cantú Elizarrarás destacó en ese sentido que en aquellos años México era visto por el mundo como la tierra del futuro, un lugar de vanguardia, por ello André Bretón afirmó que México era la nación surrealista por excelencia.

“Así que otros artistas, como María Izquierdo, Remedios Varo o Leonora Carrington, por mencionar a algunos, siguieron el ejemplo de su colega en Europa, así que comenzaron a reunirse en los cafés del centro de la capital del país, donde participaban de las discusiones y claro, también buscaban los estímulos necesarios para desarrollar sus propias propuestas.

“Ese ambiente es algo que nunca volveremos a ver, porque en aquella época se dieron condiciones muy especiales para ello; pero en cambio podemos seguir disfrutando del trabajo de todos ellos, encontrar cómo sus propuestas influyeron a su vez a otras generaciones de artistas plásticos y sobre todo, descubrir que el surrealismo forma parte de nuestra vida diaria”.

La exposición Surrealismo. Vasos comunicantes puede ser apreciada en el Museo Nacional de Arte, ubicado en la calle de Tacuba número 8, centro Histórico.

Fuente: (CONACULTA)

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