Poesía mexicana: Jorge Asbun Bojalil (15)

Uno de mis libros fundamentales es “El profeta”, de Gibrán, es un libro que engloba un conocimiento valioso, al menos para mí, y que es una especie de luz para guiar a un ser humano más allá del simple goce que produce la lectura, el arte. Es un libro que, a pesar de los años, pues lo leí por vez primera hace veinte años, siempre me deja algo. En el cine me gusta mucho Buñuel, a pesar del paso del tiempo, casi todo por completo, desde “Un perro andaluz”, pasando por la comedia “El gran calavera” y la adaptación de la novela de Usigli: “Ensayo de un crimen”, hasta “Ese oscuro objeto del deseo”. Veo en él una apuesta y un estilo muy peculiar, un dominio muy amplio de los géneros y, propio de su época y amistades, un cierto surrealismo que se va filtrando y que personalmente me fascina.

Lo mismo me ocurre con la música de tríos, movimiento musical propio de México, siempre me gusta o disfruto con ella. Desde muy pequeño, en casa de mis padres, se escuchaba y se volvió en mí algo íntimo. Ahora que lo pienso, hay muchas metáforas en las letras de los tríos, y también acercamiento a la poesía. Ejemplo sería la canción “Si tú me dices ven”, que es claramente influenciada, medio copiada, mejor dicho, del poema de mismo título de Amado Nervo; grandes metáforas e imágenes las hay por cientos, baste también un ejemplo, en “Relámpago”, de Carlos y Pablo Martínez Gil, encontramos “Chispazo de luz de cielo /que en vertiginoso vuelo /anuncias la tempestad”. Realmente disfruto, además, todo tipo de música, en la mayoría disfruto, mucho más que las letras de las canciones, los ritmos que hay en los diversos géneros musicales.

En libros de poesía, “Pasado en claro”, de Octavio Paz, que es un poema largo, ocupa un lugar importante en mis predilecciones, al igual que “Sueños”, de Ortiz de Montellano, sobre todo “Segundo sueño”, por supuesto “Muerte sin fin”, de Gorostiza, “Responso del peregrino”, de Chumacero… No podría enumerar tantos, como te decía antes, de casi todos los poetas de la primera mitad del siglo XX encuentro un poema “favorito”.

Del horario de creación

Creo que los poetas, a diferencia de los prosistas, casi no tienen un método preciso, aunque en mi caso de las nueve o diez de la noche comienza ya una hora adecuada para la lectura y a partir de la una y hasta las cinco de la madrugada es “territorio” propicio para la creación, aunque no es, por supuesto, diario, a veces pasan meses sin que “llegue” ningún poema, pero la lectura y las ideas que se generan y guardan en las diversas disciplinas artísticas y también en la vida cotidiana se van almacenando y de pronto está listo el poema; digamos que la preparación tarda semanas o meses y de pronto, en tres o cuatro horas, uno lo escribe. Ya después se leerá fuera del “trance” que se vive en la creación y ahí se sabe si vale o no la pena y, sobre todo, si se le debe quitar algo, casi nunca le agrego nada, más bien elimino.

De las antologías

Las antologías son útiles como un muestrario en el que el lector, especializado o no, encuentra varias opciones, varios fragmentos, de ahí puede uno escoger al poeta que más le agrade y profundizar en su lectura, en sus libros. Casi todas las antologías guardan algún poeta muy malo y alguno muy bueno, también hay omisiones tremendas, parece parte de su función. Si bien es cierto que se ha dicho ya que toda antología es incompleta, hasta una de las más famosas en México, la que hicieran José Emilio Pacheco, Octavio Paz, Alí Chumacero y Homero Aridjis, titulada “Poesía en movimiento”, guarda omisiones tremendas, al igual que la anterior de Cuesta o la de Zaid; esto no creo que se deba a la falta de conocimiento de los antologadores, sino a que, como sucede y ha sucedido con la mayoría de las revistas, un grupo “secuestra” la opinión y hasta la poesía, se exhiben ellos y sus amigos, solamente, y ese círculo marca límites que, desgraciadamente, van más allá de objetividad alguna. Se mueven muchas “mafias” de este tipo en la literatura. Hace falta, a mi parecer, la gran antología de los poetas jóvenes, claro, evitando la parcialidad y buscando un panorama real de la poesía actual en México.

La preparación del poeta y los talleres literarios

Absolutamente, el poeta necesita prepararse. Quien quiera trascender de alguna manera, sea cual fuere el oficio u ocupación, debe o debiera prepararse y no conformarse con lo que ha alcanzado, esta inconformidad es el “motor” necesario para lograr evolucionar… Algo de eso, que parece ser propio sólo de una parte de la humanidad, es a lo que alude Sabines en el poema “Los amorosos”, pues dice que este tipo de personas “se avergüenzan de toda conformación”. Precisamente de esta manera alguien puede estar satisfecho con lo que logra, pero una cosa es estar satisfecho con el trabajo realizado y otra muy diferente conformarse con lo que hizo y sentir que no debe hacer nada más. Yo trato de aplicar esto, cada vez que escribo algún poema –y temo sonar pedante poniéndome de ejemplo–: puedo o no quedar satisfecho, pero nunca me conformo, siempre busco, en la medida de mis habilidades y los conocimientos que voy adquiriendo, dar un paso más, de mejorarme a mí mismo.

He de confesar que en mi adolescencia descreía mucho de que un grupo de personas se unieran en torno a un poema para discutirlo y decirle al autor qué quiso decir o cómo debió decirlo. Ahora veo que eso lo hacen más “profesionalmente” algunos “académicos”; no obstante, cuando me invitaron a asistir a mi primer taller de poesía, como oyente, me llamó la atención el respeto y la agudeza de los comentarios de los compañeros y del tallerista. Fue muy importante para mí, en resumen, poder compartir mis textos con un grupo de personas con inquietudes más o menos semejantes, pero con una pasión común: la poesía. Sin embargo, esto a mi parecer debe durar un determinado tiempo, después cada poeta debe aplicar todo lo adquirido y dejar fuera los talleres, ya que si continúa en éstos su escritura se debilita, pues se tiende, con el tiempo, al facilismo y a la alabanza continua. Entre los talleres que más me marcaron y ayudaron se encuentran los que impartía la poeta Enriqueta Ochoa en su casa, ubicada en la calle de Amores, los de Dolores Castro que daba en la Casa del Poeta “Ramón López Velarde” y los de Raúl Renán, de poesía experimental, en el Centro Cultural del Bosque, todos en la capital del país.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

Foto: Jorge Asbun Bojalil durante una entrevista.
Cortesía: J.A.B.

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