Azteca 21 conversa con Laura Emilia Pacheco acerca de su primer libro “El último mundo”

“Lo que se hereda no se hurta”. Pero sólo pensando en su semblante, en su fisonomía, aunados a su sencillez y afabilidad; aparte sus dotes literarias, que también son producto de su esfuerzo, tenacidad y vocación.

El motivo del encuentro era una entrevista por la reciente aparición de “El último mundo” (Random House Mondadori, México, 2009), libro en el que recoge diversos textos periodísticos que rompen silenciosamente los límites de los géneros para insertarse con sigilo en los lindes literarios merced a un uso cuidadoso del lenguaje, a una recreación vívida de ambientes y atmósferas y a una funcional estructuración –composición–. Sin más preámbulo, debido su apretada agenda y a mi retraso, comenzamos la conversación.

¿Es tu primer libro?

Sí.

¿Por qué pasó tanto tiempo para que lo publicaras?

Siempre he sido muy tímida para publicar, ahora lo hice por la presión de mis amigos que me impulsaron a hacerlo. Entonces elegí de todo lo que he hecho, porque yo trabajo desde los catorce años, puse lo que pensé que podía servir en un libro, y es el primero. Yo no tenía mucha noción de lo que era tener uno publicado, he hecho muchas traducciones, he visto éstas en libros, pero cuando verdaderamente me emocioné fue cuando lo vi en la librería, llegué con mi cámara y le tomé una foto en la mesa de novedades porque nunca había tenido un libro con mi nombre ¡y en letras rojas!, no cualquier color.

¿Ya dedicaste el primero?

Ya.

¿Qué sentiste, a quién se lo dedicaste?

Una emoción muy grande; no me acuerdo, porque ya llevo varios.

Hace poco leí que se ha dado en llamar algo así como narraensayistas a los que practican una literatura como la que aparece en alguno de los textos de tu libro…

No había oído eso.

Creo que es un término novísimo…

Pues yo no soy novísima porque este libro me llevó muchos años, digo, no el libro en sí, sino los textos que lo conforman, los he estado escribiendo desde hace muchos años, entonces, a lo mejor, hasta soy precursora [dice, no sin un dejo de ironía, de sarcasmo].

En algunos se advierte ese paso del tiempo, pero en todos ellos se aprecia que están muy bien pulidos, como si se los hubieras dado a revisar a tu papá, por ejemplo…

Pues me encantaría, pero mi papá nunca está, tiene mucho trabajo, me encantaría tener a mi papá a mi lado para que estuviera ahí todo el tiempo, ¿verdad?, pero pues no.

¿Pesa el hecho de tener el papá que tienes, de que te va a leer?

Fíjate que no pesa porque yo trato a mi papá como a mi papá, o sea, mi papá es mi papá con el que voy a desayunar, lo trato como a mi papá, yo no lo veo como una figura, porque si lo viera así imagínate nada más qué terrible para él. Entonces, para mí, es mi papá y me hará comentarios de papá, pero así es y así está bien.

Me imagino que te la pone fácil…

No, mi papá es una persona muy exigente.

¿Y es muy fácil que lo trates como papá?

No sé qué contestarte porque sólo tengo ese papá, no puedo comparar, no sé qué será tener uno más laxo…

Quién no hubiera querido tener uno así, como al que le haces un homenaje en “Días de entrega”, con una metáfora de su vida en ese texto.

Sí, ése fue bonito. Ahora, la gente piensa que la vida o nuestra vida de familia… como ahora que son muy reconocidos, pero pasamos temporadas muy duras, muy difíciles, el arranque fue tremendo y pasamos épocas de verdaderas penurias, así es que no todo ha sido éxitos, ha sido mucho trabajo.

Me llama la atención que casi todos son textos de búsqueda, y no me refiero precisamente al estilo, sino a la búsqueda de la felicidad, del sentido existencial…

¿No es eso la vida: una búsqueda constante?

Para los que son inquietos, para los que buscan respuestas…

Claro. Yo tengo un gran problema en mi vida y creo que ahí salen algunas cosas, tengo una curiosidad desmedida, pero por todos los temas, entonces siempre quiero aprender, siempre quiero ir, siempre quiero… Y el periodismo me ha dado la oportunidad de saciar esa curiosidad, imagínate ir a Calakmul o ir a lo de Morelos, que empezó siendo una cosa que parecía que iba a ser un día agradable en Cuernavaca y terminó siendo una cosa verdaderamente tremenda por la destrucción, entonces yo soy, en ese sentido, muy aventurera, soy muy… no quiero emplear la palabra lanzada, soy muy intrépida.

Bueno, pero sí lo eres, ya que ir a ese tianguis…

Fíjate que ese tianguis me impresionó tanto que… no creas que escribí la crónica a la primera, regresé tres o cuatro veces porque iba descubriendo más y más, más y más, es enorme, no sé si todavía exista, lo que vendían era impresionante, de verdad, no exagero, lo que describo ahí era lo que vendían.

En esa crónica del tianguis me da la impresión de que eras una especie de peregrina en tu propia tierra.

Es que todos somos peregrinos en nuestra propia tierra.

Por ejemplo, en ésa del tianguis o en la de la Santa Muerte, vamos, también se nota que tú no perteneces al lugar… Estoy pensando, en contraste, en Armando Ramírez y Tepito…

Es que imagínate… Bueno, que también Armando Ramírez vaya a otro sitio que no conoce, la ciudad es tan enorme…

Creo que él aún no ha salido de ahí, digo, en términos literarios…

A lo que voy es que es una ciudad tan absolutamente compleja, tan rica, tan enorme que creo que nadie puede decir que la conoce toda, por más que domines un área, dos áreas, quince áreas, siempre hay algo nuevo, siempre hay algo que no conoces. Hay zonas de la ciudad que no conozco porque nunca he ido, porque es enorme, gigantesca, por eso es fascinante. Yo no me imagino vivir en una de esas ciudades tranquilas… debe de ser muy lindo, pero después de vivir aquí, en que todos los días son nuevos, digo, además, si tú quieres y tienes el tiempo, claro, todos los días podrías ir a un lugar distinto, tomar una línea del metro, una estación, una parada de camión y descubrirías un mundo nuevo en cada día. Y fíjate que a la Santa Muerte llegué porque comencé a interesarme por lo de san Judas Tadeo y vi que llevaban su Santa Muerte, por eso, además me lo pidieron del “National Geographic”, que se portó muy bien conmigo. Comencé a ir hace como dos o tres años, en esa época trabajaba por mi cuenta y podía ir cada 28, y de que empecé a ir a ahora no sabes cómo ha cambiado, es impresionante, se afresó, se volvió fresa: “Ay, san Juditas, cuídame, porfis” [imita el tonito alusivo]…

¿Has visto las capillas de la Santa Muerte en Nuevo Laredo? Creo que ya las quitaron…

No, me da pánico, fíjate que al principio pensé: “Este tema es para un libro”, pero después de verlo, dije: “Yo me abstengo, hasta aquí llegué”. Pero aquí había una gigantesca, que está por la avenida López Portillo, una Santa Muerte de veinte metros, mataron a un muchacho, ¿no viste la nota? Era un chavo de patilla recortada, pupilente verde, camioneta Explorer, lo mataron como de cincuenta tiros, en la avenida López Portillo el año pasado, pero él era como supermetrosexual, parecía estrella de cine y había mandado construir una Santa Muerte enorme de concreto, que es escalofriantemente fea, porque además las manos son las puras varillas, ni siquiera le hicieron manos, pero no, eso me da miedo.

Muy diferente la ciudad de México que te tocó vivir a ti de la que vivió tu papá, pero hay una coincidencia en los dos: el ejercicio de la memoria, el cariño por esta ciudad que no deja de ser hermosa, pero también caótica, monstruosa…

Pero también el amor que le tiene a la ciudad mi mamá es tremendo, ahora hay que pensar, y aquí delato mi vejez, que entre el mundo de mi papá y el de mi infancia había todavía una correspondencia que no existe entre el mundo que ahora vivimos. ¿Cómo te lo puedo explicar?, o sea, había más relación entre el tiempo en que vivió mi papá y mi infancia que ahora entre los niños y mi infancia, no hay ninguna relación, el mundo cambió radicalmente muy rápido, cosa que no había ocurrido antes, es decir, todavía hubo una posibilidad de comunicación entre mi papá y yo en ese sentido, que ahora no hay, por ejemplo, entre un niño y el mundo que yo describo ahí, no hay ninguna.

Por cierto, me parece que la más evidente fue que tuviste una infancia plenamente literaria, no sólo en términos de lecturas, sino también de conocidos, amistades, padrinos ilustres, que incluso marcan tu primer libro, uno puede rastrear ahí tus libros preferidos.

Bueno, es que eso obedece a que me pidieron textos en que hablara de mis libros preferidos, por eso los escribí.

Es que quizás en todos hay referencias literarias, destaca esta presencia de los libros en tu vida.

Es que, imagínate, si yo fuera hija de un zapatero, pues hablaría de lo que vive un zapatero, nada más que viví en una casa llena de libros y, sobre todo, donde las palabras eran muy importantes.

En el texto final, “Días de entrega”, aludes a tus padres, tu nombre marca tu vida, ¿cómo lo asumiste?, pienso, por contraste, en el ejemplo de Helena Paz…

¿Sabes? Creo que ahí es injusto porque no podemos juzgarla ni juzgar a nadie, porque no sabemos realmente qué circunstancias vivió, no sabemos, digo, podemos inferir, pero no sabemos.

Bueno, pensaba en lo que ella escribió en sus “Memorias”.

Pero no sabemos cómo fue su vida…

Sí, pesa, ¿no?, como dices al principio que tu papá trabajaba en tu casa…

En ese sentido porque te hace como un poco distinto a los demás, pero la gente me increpa muchas veces porque me llamo como me llamo, hay que pensar que cuando yo nací mis papás eran unos jóvenes de 19, 20 años, ¿cuándo iban a pensar en algo de esto?, nunca, o sea que no me lo pusieron para decir: “Ah, qué padre tu nombre”, luego, como te mencioné, eran muy jóvenes, siempre han trabajado muchísimo. Entonces tienes que aprender a trabajar, creo que ésa sí es una diferencia tremenda en la vida, cuando tú sabes lo que es ganarse la vida, trabajar, cansarse, hacer un esfuerzo, no saber cómo hacer un trabajo, tener que aprender, la responsabilidad, eso también te lleva por una ruta muy tremenda, pero que también a la larga creo que es fascinante porque mira, a mi edad, ya tan grande que soy, tengo este libro de… no sé cuántas páginas son… poquitas, no son muchas…

Son un poco más de 160…

Es un libro pequeño, delgado, pero es mi libro, porque yo trabajo desde toda mi vida, entonces este libro es lo único que tengo, pero es mío, nadie me lo puede quitar, nadie puede decir que es de otra persona, es mío, eso es maravilloso, y eso me lo he ganado a pulso de trabajo.

Sí, claro, es inevitable hacer la referencia a tus padres, pienso en lo que dijiste hace rato, está pulidísimo el libro, no se advierte una palabra mal puesta.

A ver, ¿cuánto me tardo en escribir? Yo soy muy lenta para escribir, mi proceso de escritura es muy tortuoso, no creas que es sencillo, pulo, pulo y lo vuelvo a escribir, me tardo mucho porque es muy difícil, pero también te tengo que decir, no tienes por qué saberlo, pero yo casi toda mi vida viví o he vivido de la traducción, soy traductora literaria, y eso es una escuela de escritura increíble. Entonces también tengo muchas muletas en ese sentido, pero, sobre todo, mi trabajo de traductora me enseñó muchísimo.

Advierto que tienes una escritura muy visual, evidentemente descriptiva…

¿Sabes por qué? Porque a mí lo que me hubiera encantado ser es pintora, ésa es mi verdadera vocación, pero no lo pude hacer. Me encanta lo visual.

Incluso en las cuestiones más existenciales, como en el caso de la claustrofobia en el texto sobre Calakmul.

Eso fue aterrador, es una de las experiencias más terriblemente fuertes que he tenido en mi vida.

Hay varias más en el libro…

Te digo que soy intrépida y… un poco suicida.

Sí, pero de una riqueza literaria perceptible, creo que es un muy buen primer libro por el estilo, los temas…

Te lo agradezco mucho.

Sin embargo, me parece que hay un texto un tanto trunco, se queda uno con ganas de más.

¿Cuál, el de la frontera?

Sí, como que pierde uno el ritmo, de acuerdo con los textos previos…

Fíjate que ese texto me gustó mucho, a mí me hubiera gustado ampliarlo, y de hecho tenía planeado escribir más sobre Tijuana, porque fui allá, pero perdí mis notas y no me atreví a hacerlo de memoria, para no inventar, porque fíjate que ahí, entre la ciudad y Rosarito, es la única carretera que hay, está un lugar fabuloso, vas pasando y de un lado hay una especie de Cristo, como el de São Paulo, así parado en una loma, un Cristo gigantesco, y toda la ladera es un deshuesadero. El Cristo lo puso el dueño del deshuesadero, y yo quería escribir sobre eso, sobre todo que me tocó ventanilla en ese avión, y te juro que parecían, desde el cielo… son como meandros, que llega el mar y no sé qué, parecían como las huellas de las personas que cruzan la frontera, quería escribir sobre eso, pero perdí mis notas y no me atreví a hacerlo porque dije: “No vaya a ser que mezcle Tijuana con San Diego”, entonces mejor me abstuve, pero ése es un texto que me encantaría escribir. Tijuana me parece un lugar terrible, pero fascinante.

Otro punto interesante es el de la elección de los temas, de los viajes, en tren, reales, imaginarios…

Pues en mi búsqueda… Todos nos buscamos, y encontrarse es muy difícil, digo, así conscientemente es muy difícil.

Para encontrarte has tenido que ir a Escocia, a…

Hasta el fin del mundo para entender una sola cosa: que la respuesta siempre está donde está uno, no puede uno huir. La respuesta y la solución siempre están donde tienes que estar.

Eso me parece que lo reflejas muy bien en el texto de “Observaciones desde el Lago Ness”…

Sí, uno va al fin del mundo para huir de sus problemas, pero éstos siguen ahí, si uno no los soluciona, aunque vayas a Marte…

Si uno quisiera meterse en camisa de once varas pensaría en tus influencias, porque me parece que ahí están, por ejemplo “Cumbres borrascosas”.

Lo advertiste muy bien, porque yo estudié Letras Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras [de la UNAM], entonces tengo una formación muy anglófila en el sentido de lecturas y también, sobre todo, porque el idioma inglés me daba una distancia que yo necesitaba para respirar.

Sí eres intrépida, como en el caso del texto de la Santa Muerte en Tepito, pero creo que no sólo se requiere intrepidez…

Se requiere curiosidad. ¿Sabes qué me pasó? Ahorita te vas a reír, pero hace unos años tuve un asalto muy fuerte, terrible, espantoso, que es largo de contar, pero… me salvé, porque… bueno, se llevaron el coche, me querían matar, los convencí de que se llevaran el coche, y a raíz de eso fueron a mi casa unos judiciales a tocarme, me dijeron que habían encontrado abandonado mi coche no sé dónde y me dio… Vas a ver por qué te lo cuento, eran dos judiciales muy bien parecidos, en un coche muy espectacular, blanco, de ésos que tienen defensa negra y el asiento de atrás estaba tapizado con un peluche como de dálmata. Todos mis vecinos salieron a ver cómo yo, solita, me subía a ese coche para ver qué había hecho, entonces me preguntaron los judiciales, mientras me llevaban al lugar, usted qué hace, y yo tímidamente dije: “Escribo”, ah, escribe, nos encanta la novela policiaca en México, ¿sabe qué?, lo único malo de la novela policiaca es que los escritores no saben lo que es una balacera, yo la invito a que venga a una para que vea que la adrenalina del asaltante es la misma que la de la ley, venga el día que quiera. No lo hice, claro, pero me dio mucha risa porque el judicial, al leer, me dijo: “El problema es que ustedes no han estado en una balacera en serio para que vean lo que se siente y vean lo que es la adrenalina…”.

Algo parecido te pudo haber dicho Ramón Carrasco cuando estuviste en Calakmul, al final del texto, de que ya conocías la noche.

Bueno, casi, pero me lo dijo con una expresión como diciendo “ésta no sabe nada”, alzó su voz, porque es como una persona muy esquiva, “ah, ya conoces la noche, ya avanzaste un paso en tu vida”, eso sí no se lo deseo a nadie, es aterrador. [Se refiere a quedarse a pernoctar en la selva, en la oscuridad total.]

Como en “El pozo y el péndulo”, de Poe.

Exacto, oyes tu corazón, además, como es un ambiente tan oprobioso, pesado, es terrible, eh, yo sí me asusté mucho porque no estaba preparada, si fuera ahora otra vez quizás ya estaría preparada para eso, pero fui como voy a muchos lugares, sin nada más que mi interés.

¿Qué sigue para ti después de publicar tu primer libro?

Ya lo vi en la librería, eso sí me gustó. Escribir me da mucho placer, hay dos proyectos, ahora tengo un trabajo muy difícil, demandante, pero tengo que hacerlo, se tiene que poder, porque toda mi vida he luchado por esto y no lo voy a dejar por ningún trabajo, digo, éstos van y vienen, empiezan, se acaban y demás. Tengo ahora la fortuna de hacer un trabajo muy interesante, muy bonito y todo, pero para mí lo principal es esto, y sí tengo dos proyectos, uno de los cuales me viene rondando desde hace mucho tiempo, pero no sé cómo resolverlo, por eso no sé por dónde agarrar…

Pero ¿es ficción o poesía, por dónde vas?

Poesía no, eso sí puedes ponerlo, nunca escribiré un poema por respeto a mí y a los demás, eso sí no, eso sería un poco suicida, ¿no?

Bueno, pero ¿de qué se tratan esos dos proyectos, aunque sea en términos de géneros, si no quieres detallarlos?

Pues realmente no sé si va a ser una crónica o una novela, a mí me interesa muchísimo el mundo inmediatamente después de la Conquista o esa transición entre el fin de la Conquista y el inicio de la Colonia, me parece apasionante. También es el fin de un mundo, ¿no? A mí me gustan los fines de un mundo porque siempre surge otra cosa y tengo un tema muy particular, pero ¿sabes qué?, es un tema tan complejo, además de un tema difícil, como es el tema prehispánico, sobre todo en la Colonia, que es muy difícil porque no sabes bien hasta dónde inventarle y cuáles pueden ser tus fuentes reales, pero es un tema fascinante, ojalá lo haga, pero me va a llevar muchos años.

Ése es uno, ¿y el otro?

Es que… no me gusta decirlo, también soy supersticiosa.

Sólo dime el género, ¿será novela?

Pues… no, creo que tendría que ser algo más poético, sin ser poesía, relativo a las orquídeas, yo soy una gran fanática de las orquídeas, me gustan mucho. Todas las personas que me conocen y son mis amigos saben que soy una apasionada de las orquídeas.

Después de este libro supongo que ya te diste cuenta de que podrías narrar perfectamente bien, ya en términos de ficción.

Me lo han dicho mucho, pero es que la primera persona es fascinante, es maravillosa, puedes hacer muchas cosas. A ver qué pasa, a lo mejor no vuelvo a escribir nada nunca.

En el texto que da título al libro, “El último mundo”, está la palabra collage, que también podría servir para explicar, en parte, su estructura.

Es que es un lugar impresionante, además, pensar que allí estaban los jardines de Cuitláhuac, sí es un poco fuerte, ¿no?

¿Estos textos salieron publicados en alguna parte? Te lo pregunto porque no hay referencias en el libro.

Fíjate que eso faltó, algunos en “Letras Libres”, otros en “Laberinto” y en este periódico que se terminó el año pasado, ¿”Centro”? En todos lados, son cosas que han salido, yo tengo que agradecer, y allí no lo hice, pero debo hacerlo, a todas las personas y a todos los editores que me permitieron publicarlas.

¿Una omisión involuntaria?

Una omisión involuntaria completamente que yo debo resarcir porque, además, como tú ves, no es una cosa que se pueda clasificar muy fácilmente, como una crónica o una narración, y me permitieron hacerlo con toda libertad, entonces yo le debo a mucha gente que me ha ayudado.

Te decía al inicio lo del entrecruzamiento de los géneros y pensaba en Enrique Vila-Matas porque desde hace muchos años lo practica, igual que tu papá…

Es que la vida es un entrecruzamiento y hacer cosas en las que te encasillas, en la mente, en el corazón, en todo, creo que pierde uno mucho cuando encasilla las cosas, ¿no?

Quedan tantas cosas por comentar, como la historia de Raquel, en San Cristóbal…

Ésa es una historia… tremenda, pero te juro que la realidad está ahí, por ejemplo, la historia de Raquel es de veras conmovedora, pero lo más bonito de eso fue cómo dos personas que vienen de dos mundos completamente distintos se encuentran y de repente hay un momento mágico y comienzan a platicar, como dos mujeres, de la vida, de los hombres, tal así, de una a otra, y eso fue maravilloso, pero eso es difícil.

Sin duda, encontraste la llave para abrir su cofre…

Yo no podía llegar y preguntarle de entrada cómo murió su marido, entonces pasé dos días en total silencio, sentada, viéndola hacer collares…

Súbitamente, nos avisan que ya está esperando otro periodista en una cafetería aneja. Tenemos que dar por concluida la charla. Acompaño un par de minutos a Laura Emilia Pacheco mientras se dirige a la cafetería contigua para otra entrevista, bien dispuesta a cumplir con sus compromisos de escritora novel, de autora que ha escrito un primer libro, bien logrado, de unidad estilística y temática, divido en dos apartados: “Al filo de la navaja”, en el que escribe sobre un tianguis inmenso en Iztapalapa, el culto a la Santa Muerte en el barrio de Tepito, un campamento arqueológico en Campeche, un espeluznante recorrido por la destrucción ecológica del estado de Morelos, una viñeta sobre el muro que divide a México y Estados Unidos, un reportaje sobre los sismos en México y la historia conmovedora de una indígena tzotzil.

En “Geografía de ausencias” describe fragmentos de su salida del país –su visión de los de fuera–, y, en parte, de sí misma a través de un retrato del vacío existencial gringo, de una visión de la frialdad y la infelicidad entre tres personas en Escocia, un viaje interior con ayuda de personajes de una leyenda oriental, una visión fantasmagórica del terremoto de 1985 en la ciudad de México –también mencionado en el apartado anterior– y una apología de la amistad, una lamentación por la desaparición de las cartas, las que escribíamos en papel y esperábamos con ilusión, un nostálgico recuerdo del paso del tren por la ciudad de México, así como del mundo infantil que lo nutría, y finalmente un texto entrañable en el que rememora un tramo de su infancia de la mano del escritor mexicano más importante y reconocido en la actualidad, su padre, a quien le rinde homenaje y hace una síntesis de su vida con el título del texto: “Días de entrega”. Broche de oro de un libro de calidad, como el que, quizá, se exigió Laura Emilia Pacheco para debutar como escritora.

Foto: Laura Emilia Pacheco al término de la entrevista con Azteca 21.
Azteca 21/Gregorio Martínez M.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

 

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