“Identidades”, de María Inés Ochoa, tácita e implícitamente representa un homenaje a Amparo Ochoa

Una muestra de la amplia gama de
registros que alcanza la voz de María
Inés, que vuela con su canto a buena
altura, con sentimiento, colores y pasión
Foto: Cortesía Ediciones Pentagrama

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 4 de septiembre de 2007. Con determinación y temple, María Inés Ochoa dio a conocer su primer disco, “Identidades” (Ediciones Pentagrama, México, 2006) a finales del año pasado, para el que seleccionó catorce temas clásicos de lo que podría considerarse música popular y tradicional mexicana, que le dan identidad a su arte, pero también a su postura ante la vida, a su condición de hija de Amparo Ochoa, que se distinguió, mediante su canto, por su indeclinable compromiso social.

Sin duda, estamos ante una mujer que ha asumido rotundamente su talento y su herencia familiar-cultural para expresarlos a través de su canto, por medio de una voz más poderosa que potente que lo mismo le sirve para interpretar “La caña”, son jarocho del grupo Chuchumbé, que “Campesina”, del yucateco Enrique “Coqui” Navarro, pasando por “El llorar”, son huasteco tradicional que “El abuelo”, del oaxaqueño Mario López, o “Jacinto Cenobio” del jalisciense Francisco Madrigal y “La maldición de Malinche”, de Gabino Palomares –emblemáticamente interpretada por su madre–.

Tácita e implícitamente, este disco representa un homenaje a Amparo Ochoa, pues todas las letras incluidas, unas más que otras, nos recuerdan, además de su inolvidable canto, la lesiva presencia de la injusticia y la desigualdad en este México nuestro aún depauperado y expoliado, así como al bolero y a la canción mexicana ranchera, norteña y popular, como lo muestra la inclusión de “Quisiera”, de Guty Cárdenas, “Corrido de Pancho Villa”, de Jorge Saldaña, “Canción mexicana”, de Lalo Guerrero, “Flor de capomo”, de José Juan Moroyoki, “El barzón”, de Miguel Ángel Muñiz, “Lamento por vos”, de Óscar Chávez, “Sol redondo”, de Carlos Gutiérrez Cruz, y “Espejos de mi alma”, de Gabino Palomares.

Como se puede colegir, no sólo se trata de una selección temática variada y rica, que por sí misma tiene valor y plena vigencia, sino también una muestra de la amplia gama de registros que alcanza la voz de María Inés Ochoa, que vuela con su canto a buena altura, con sentimiento, colores y pasión, cualidades que le servirán para abrirse paso en esta incipiente carrera discográfica, pues ella ya lleva varios años en la “cantada”.

En este contexto, su siguiente disco le significará un verdadero reto, pues, definidos ya sus rasgos esenciales como cantora, como la llama Modesto López, tendrá que marcar su camino propio, su sello personal e intransferible. Es decir, señalará la senda que la llevará a trascender como artista, como María Inés Ochoa, la cantante.

Cabe mencionar que, como a su madre, acompañó a María Inés en este disco el grupo Zazhil, liderado por Ramón Sánchez e integrado por Arturo Bosques de la Rosa, Efrén Vargas Payán, Enrique Hernández Huerta, Agustín Reina Betancourt, Víctor Manuel López Chávez y Daniel Soberanes, con participación especial de Héctor Aguilar, Jorge Lona, Alejandro Gasca y Crescencio Lucio, que hicieron un estupendo trabajo musical.

Comentarios a esta nota: gregorio.martinez@azteca21.com

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