Pozos, un pueblo rulfiano de México, celebra su fiesta patronal

Un paraje de antaño donde
se lleva a cabo un singular
encuentro de mariachis
Foto: Gregorio Martínez M./
Azteca 21

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Reportero Azteca 21

A Julio Ruiz Ruiz y a Gregorio Martínez Martínez, tronco y rama de un mismo árbol, In Memoriam

Ciudad de México. 20 de mayo de 2006. En la zona norte del estado de Guanajuato, siguiendo el curso de la carretera federal 57 que conduce de Querétaro a San Luis Potosí, se localiza el municipio de San Luis de la Paz (donde, por cierto, se filmó esa pieza de la memoria cinematográfica nacional llamada “Los tres García”), que incluye dentro de sus lindes al pueblo fantasma más grande de México, Mineral de Pozos, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI.

Pozos, como se le conoce a este entrañable rincón guanajuatense ubicado a nueve kilómetros de la susodicha cabecera municipal, en la época prehispánica estaba poblado por los fieros e indomables indígenas chichimecas, los que desde entonces ya extraían metales a través de pequeños pozos muy rudimentarios que no excedían de los cinco metros de profundidad.

En 1576, los españoles, que poco a poco iban colonizando el incipiente país que habían conquistado 55 años antes, construyeron en el lugar un pequeño fuerte para proteger la llamada Ruta de la Plata, que iba de Zacatecas a México, de los constantes ataques chichimecas. Este bastión fue llamado Palmar de Vega, nombre primigenio de Pozos.

Como nunca se logró someter del todo a las tribus chichimecas que rondaban la zona, se envió a misioneros jesuitas a evangelizar a los aguerridos indígenas con fines de pacificación. Los religiosos pronto advirtieron el potencial minero del área y enseñaron a los chichimecas técnicas europeas para la extracción y beneficio de metales. De esta enseñanza quedaron tres hornos cónicos que datan de 1595 y que ahora son un atractivo más del lugar.

En 1658, a Palmar de Vega se le agregó el nombre de San Pedro, en honor al santo patrono impuesto a los indígenas que trabajaban en las minas. En 1701, debido a la importancia política y económica del lugar, fue llamado Real de Minas de San Pedro de los Pozos, en referencia a los tiros de éstas.

En 1767, después de la expulsión de los jesuitas de la entonces Nueva España, la buena estrella del poblado empezó a declinar. Y durante la mayor parte del siglo XIX el Mineral de Pozos tuvo largos periodos de abandono debido sobre todo a la inestable situación política que imperaba en el país. Como es lógico, esto trajo como consecuencia el atraso económico del pueblo y la pobreza a la mayoría de sus pobladores.

Sin embargo, a partir de 1888 cambió el estado de la industria minera local como efecto de los beneficios que acarreó la consolidación de la paz porfiriana. El auge minero de esta época contribuyó a un extraordinario crecimiento económico, comercial y demográfico de Pozos. Por tanto, en 1897 el pueblo fue elevado al rango de ciudad y se llamó Porfirio Díaz, ni más ni menos, y llegó a tener una población de miles de decenas de habitantes.

Desafortunadamente, el esplendor no duró mucho tiempo. Con el inicio de la Revolución mexicana, comenzó la debacle de la entonces pujante Ciudad Porfirio Díaz. Como siempre sucede en épocas turbulentas, hubo fugas de capital, escasez de alimentos y emigración, y con ello la abundancia huyó del lugar por mucho tiempo. (De unos años a la fecha, el pueblo experimenta una especie de renacimiento económico –debido, entre otros factores, a recientes inversiones norteamericanas–, lo que ha dejado beneficios, pero también un detrimento de su decadente y fascinante belleza de pueblo abandonado, pues muchas casas se han renovado, otras edificado, pero sin retomar o imitar el estilo original, entre campirano y afrancesado de su arquitectura, donde parecía que el tiempo se había detenido para siempre. Es decir, Pozos va perdiendo, paulatina e inexorablemente, su inefable aire rulfiano).

La decadencia se adueñó por completo de la efímera ciudad al aparecer en la escena nacional el movimiento cristero, que tuvo en Guanajuato una poderosa raigambre; y en Pozos varios mártires, como consta en la parroquia del lugar.

Para completar el cuadro, en 1928 el Gobierno estatal publicó un decreto que redujo el estatus político del lugar, que pasó de ciudad a ser sólo delegación municipal, lo que disminuyó drásticamente sus privilegios económicos y sociales. Incluso perdió su nombre: ya no sería más Ciudad Porfirio Díaz: sólo Mineral de Pozos, que conserva hasta la fecha.

Desde entonces, Pozos nunca volvería a conocer aquella prosperidad de fines del siglo XIX. Ya en los años cincuenta de la centuria pasada, era un enorme pueblo fantasma poblado por apenas mil habitantes y de su apogeo sólo quedaron ruinas y recuerdos entre sus más viejos pobladores. Y, como un triste consuelo, en 1982 fue declarado por el Gobierno federal Zona de Monumentos Históricos, a cargo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Sitio de gran interés turístico

Actualmente, y a pesar de una inveterada migración a Estados Unidos, sobre todo a Texas, destino de muchos guanajuatenses del norte del estado, Pozos tiene aproximadamente un poco más de cuatro mil habitantes dispersos en sus empinadas y empedradas callejuelas. El paisaje que lo rodea es semidesértico y propicio para ejercitar las artes plásticas –pintura, fotografía, etc.– o las reflexivas –meditación, yoga–. Su gente es muy amable y atenta con los visitantes, pues, como mencioné antes, de unos cinco años a la fecha se está impulsando al turismo como una de sus actividades principales.

Este insólito pueblo, por su peculiar belleza y arquitectura, ha sido elegido para ser locación de varias películas, tales como “Pedro Páramo”, “El penitente”, “Las cenizas del diputado”, “El hombre de la máscara dorada”, “La cándida Eréndira” y “Furia bajo el cielo”, así como de telenovelas, videos y comerciales.

Entre las abundantes construcciones que distinguen al pueblo, destacan las siguientes: el presidio de Palmar de Vega, el antiguo mercado, los hornos jesuitas, la Mina y Hacienda de Cinco Señores y la de Santa Brígida, el acueducto, el Templo del Señor de los Trabajos, la antigua Presidencia Municipal, la Parroquia, el Museo Arqueológico, el Taller-escuela de música prehispánica, el Jardín y la Alameda, entre otros más.

Finalmente, Pozos es escenario de diversas actividades anuales, como la Feria en honor del patrono del pueblo, el Señor de los Trabajos, que se celebra en el mes de mayo; la Fiesta de la Toltequidad, se realiza en el mes de julio; el Festival del Mariachi, en mayo, lleva cinco ediciones que lo han hecho uno de los mejores a nivel nacional; otra celebración importante es el Día de muertos, en noviembre, que los poceños han convertido en un ritual especial y digno de admirarse.

Así, vale la pena visitar este rincón de México en estos días, ya que su Feria patronal comienza este lunes 22 con el sexto Festival del Mariachi –en el que han participado agrupaciones tan importantes como el "Mariachi Vargas de Tecalitlán", "Mariachi Sonidos de América", entre otros– y concluye el próximo domingo 28, cuando llegan camiones de peregrinos de Querétaro, ciudades de Guanajuato y el Distrito Federal a venerar a El Señor de los Trabajos.

Pozos, un lugar donde el tiempo rulfiano toma cuerpo, a tres horas y media de la Ciudad de México y a 45 minutos de Querétaro, cuenta con hotel, galerías de arte, restaurantes y actividades que le harán pasar unos días o vacaciones extraordinarios y diferentes. Sólo una cosa más: no olvide llevar cámara fotográfica, porque en este pueblo singular tendrá la oportunidad de capturar muchos instantes mágicos, plenos de poesía y eternidad.

Comentarios a esta nota: Gregorio Martínez Moctezuma

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