“La gran controversia” de Jean Meyer aborda el fracaso de Juan Pablo II por reunificar a la cristian

El autor es nacido en Francia, aunque se sienta
más a gusto viviendo en México
Foto: Azteca21

Por Carlos Coronel
Reportero Azteca 21

Ciudad de México. 30 de noviembre de 2005. Jean Meyer define su oficio de historiador con algunas imágenes cotidianas: la de una mujer a punto del parto o la de un deportista que suda la camiseta. “La tensión es fatal: ya que ‘calentó’ uno motores, no quisiera parar ni a la hora de la comida.”

Para el alumno de la Escuela Normal Superior de París, discípulo “por suerte” de Pierre Chaunu, dar por terminada una investigación “siempre será el momento más doloroso”. A diferencia de otros colegas, a quienes no les gusta sumergirse en los archivos históricos, a él le encanta porque –y regresa de nuevo a las metáforas juguetonas– “es como andar en un laberinto, buscando la salida; o en una cueva en la que de pronto encuentras tesoros inesperados”.

Fue así, sorpresivamente, como dio con “La gran controversia: Las iglesias católica y ortodoxa, de los orígenes hasta nuestros días”, una exploración intensa que ahora edita Tusquets Editores, en la cual exhibe los fracasos de la Iglesia Católica y del recién fallecido Papa Juan Pablo II por la reunificación de la cristiandad y donde advierte de los peligros latentes entre católicos y ortodoxos desde hace siglos.

Desde hace 20 años comenzó a indagar sobre los movimientos políticos en Rusia, que en esa época aún formaba parte de la Unión Soviética y estaba entrando a la Perestroika, de Mijail Gorbachov. “La historia de los imperios rusos me llevó a interesarme en esa parte de la identidad nacional que es la Iglesia Ortodoxa rusa, como lo es digamos en México el catolicismo y el guadalupanismo. Así nació mi interés por estudiar esa Iglesia y entender por qué se había separado de Roma hace mil años, y después por qué, en pleno siglo XX, el acercamiento a partir del Concilio Vaticano II ha sido parcial.”

Nacido en Francia, de la que nunca reniega, aunque se sienta más a gusto en México, el historiador comenzó a penetrar en un conflicto religioso milenario que se resume en el diálogo del Papa Juan Pablo II con el patriarcado de Constantinopla, pero no con el de Moscú, que es la Iglesia Ortodoxa más grande del mundo. “Juan Pablo II pudo visitar el mundo entero, pero no pudo darle el abrazo tan deseado al patriarca Alexei II, el jefe de la ortodoxia rusa.”

No es extraño que el miembro del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) se interese por temas históricos cargados de visiones religiosas que a veces ocasionan relaciones traumáticas y difíciles entre los actores implicados. Sus trabajos, por ejemplo, sobre México, apuntan a esos periodos –para parafrasear su más reciente título– de “gran controversia”, como la Revolución Mexicana y la Cristiada; el Sinarquismo y la Iglesia Católica mexicana y el cardenismo.

¿Tiene usted simpatía por el mundo católico?

Evidentemente que sí. Y usted puede añadir también que por el mundo protestante. Ahí sí creo que sigo la pista a mi maestro Chaunu. Él viene –hablo en presente porque todavía vive, aunque tenga más de ochenta años y esté jubilado– de una familia agnóstica y atea; en su juventud fue militante comunista y no sé en qué momento –porque nunca entró en detalles– se convirtió al cristianismo protestante en la línea de Juan Calvino. Un día, hablando sobre un movimiento religioso del siglo XVII en Rusia, nos hizo esta confesión: “Dios me plantó en la Iglesia calvinista (incluso creo que en el templo de su provincia, Ruan, le tocaba predicar los domingos, aunque no era pastor), pero le tengo un gran amor a nuestra vieja madre, la Iglesia Romana”. Lo recuerdo todavía porque luego añadió: “Pero a mí me hubiera gustado nacer en la Iglesia Ortodoxa de Rusia”. Así que el señor cubría todo el arcoiris. Y yo me definiría un poco así.

En su libro menciona el fracaso de Eugraf Kovalevsky por establecer una Iglesia Ortodoxa francesa, con liturgia ortodoxa pero en francés. ¿Es imposible plantar la Ortodoxia fuera de sus raíces comunes?

No lo creo así. El fracaso de Kovalevsky fue más bien de tipo institucional. El protestantismo tiene como proceso permanente fundar pequeñas iglesias. Eso explica la expansión del protestantismo al mismo tiempo que su imposibilidad para construir un edificio como la Basílica de San Pedro. Lo que les pasó a los de la Iglesia de San Irineo es que estaban atrapados en aspectos políticos de la época comunista. Durante años estuvieron bajo la protección del patriarcado de Moscú, controlado por el poder soviético. Entonces buscaron un protectorado menos comprometedor –el de Bucarest– para no quedar marcados en Francia como controlados por Moscú. Su fragilidad es que tuvieron pocos obispos. Para consagrar a otro más se necesitan por lo menos dos o tres de ellos y en San Irineo no se pudieron nombrar más porque se pelearon con Bucarest y no se reconciliaron con Moscú. Se encontraron en un callejón sin salida, en una crónica de una muerte anunciada. El día que se muera el obispo actual será una Iglesia sin obispo, sin él, no puede haber consagración de sacerdotes. Ése sería su fracaso. Pero tenían mucho éxito porque la belleza de la liturgia ortodoxa, los cantos y la solemnidad se realizaban en francés, no había que aprender ruso o griego.

La Iglesia Ortodoxa mexicana, ¿es más abierta con respecto al patriarcado de Moscú?

En el caso de México, la Iglesia Ortodoxa está abierta al diálogo y sí tiene excelentes relaciones con la Iglesia Católica y otras iglesias. Es una comunidad muy pequeña de miles de fieles, formada por una diáspora oriental de sirios, libaneses y alejandrinos de Egipto, y gente inmigrante de Grecia y Rusia, alrededor de un prelado: Monseñor Chedraui, que es la cabeza para México y Centroamérica. Si no me equivoco, los ortodoxos en México están bajo el patriarcado de Constantinopla, el cual a su vez está en diálogo permanente con los católicos, desde Paulo VI. Eso cambia todo.

¿Fue la fe o los nacionalismos lo que dividió a católicos y ortodoxos?

El enfrentamiento religioso viene al final. Son los hechos históricos, políticos, nacionales y culturales los que explican el divorcio, que se repite claramente en dos ocasiones: primero entre latinos y griegos, al desaparecer y dividirse el Imperio Romano de Occidente en 476; y luego, cuando Constantinopla cae en manos de los turcos, en 1453, sin que Roma haga nada, y la estafeta religiosa pase de Constantinopla a Moscú. Un monje ruso ortodoxo del siglo XVI profetiza que si las dos Romas cayeron (la Roma antigua y Constantinopla), la tercera (Rusia) no dará lugar a una cuarta. Se convierte así en una cuestión de orgullo nacional. Los polacos que abrazan el catolicismo romano latino muy tarde, terminan en guerra con los rusos. Todavía en la Segunda Guerra Mundial, Stalin y Hitler se reparten Polonia por ese odio. Por eso no le permitieron al Papa ir a Rusia, ¡porque era polaco! Los rusos no quieren a los polacos y viceversa.

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