En busca del lector perdido: tres mujeres poetas describen cómo imaginan a los lectores de sus obras

La poeta Dolores Castro es originaria de Aguascalientes
 Foto: Azteca21

Por Carlos Coronel
Reportero Azteca 21

Ciudad de México. 6 de noviembre de 2005. André Gide imaginaba al lector como una bella durmiente, y a la lectura como el beso esperado del príncipe que la despierta de su letargo de siglos: lector y libro unidos en el acto de leer, de descifrar signos para cifrar el mundo.

Tres reconocidas mujeres poetas, de generaciones diferentes y que participaron en el VII Encuentro de Poetas del Mundo Latino, celebrado recientemente en Morelia, Michoacán, describen cómo imaginan ellas –Dolores Castro, Enzia Verducchi y Mónica Nepote–, ya no a los lectores en general, sino a los lectores de sus obras.

Como el anciano pintor Wang-Fu escapa de las manos crueles del amargo emperador, en un cuento de Margarite Youcenar, el lector que está dispuesto a perderse en la obra de arte también alcanza una liberación. ¿Contra qué o quiénes? Contra sus propios fantasmas encerrados en su laberinto interior; y contra toda crueldad humana, provenga ésta de la fe o del Estado. Para conseguirlo, como el hilo de Ariadna, requiere de inteligencia, algo de juventud y arrojo, pero sobre todo –como prueban estas tres escritoras– de mucho corazón.

Lector de fondo

Amiga de Rubén Bonifaz, Rosario Castellanos y Jaime Sabines, la poeta Dolores Castro aspira a que sus lectores reciban siempre lo que ha querido comunicar en sus poemas. Imagina al cómplice de sus versos como alguien “sensible”, con “inteligencia” y capacidad para “ir hasta el fondo” del texto.

La autora de los poemarios “El corazón transfigurado”, “Cantares de vela”, “Soles” y “Siete poemas”, reconoce que “cuando hay una verdadera vocación” –sea ésta la lectura o la escritura–, “se cumple, aunque uno no quiera”. Y para pruebas de descargo, su propia ruta literaria: “Yo tuve siete hijos, me casé, trabajé, pero nunca dejé de cumplir con mi principal obligación en esta vida, que es leer y escribir”.

La octogenaria escritora afirma que no hay edad para descifrar volúmenes ni para redactarlos. Nacida en Aguascalientes, en 1923, rememora el instante de su doble vocación: como lectora y como poeta. “Yo descubrí que quería desentrañar lo que era la vida desde niña. Cuando empecé a escribir, me sorprendí, apenas cursaba el tercer año de primaria y ya había hecho una composición sobre la primavera, con la cual hasta me dieron muy solemnemente el premio principal. Entonces me dije: ‘bueno, creo que sirvo para escribir’, pues ya para leer yo sabía que sí servía, porque era la que más se conmovía de todos los compañeros de clase cuando alguien leía un cuento”.

Su vocación, como sus poemas, nacen del afanoso amor. “Creo que la vocación nace porque hay una sensibilidad especial, primero de amor, porque éste significa mucho para el conocimiento, pero luego esa sensibilidad le hace a uno no sólo sentir, sino comunicar lo que siente; es como tender una red frente a la realidad y rescatar lo más valioso. Desde muy niña yo empecé a contemplar lo que me rodeaba con ojos de amor y, con el curso de los años, me fui dando cuenta de que necesitaba expresarlo. Y ya cuando empecé a escribir más, con mayor conciencia, tuve que entrar a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México”.

Titulada en derecho por la UNAM, su pasión por el estudio la llevó a obtener una maestría en letras por la misma universidad y a cursar historia del arte en la Universidad de Madrid, en España. Ahora mantiene igual de despiertos sus ojos claros, aunque el cabello es cada vez más albo y para caminar se ayuda de un bastón. Pero sus lentes todavía sirven para husmear entre los libros de buhoneros y comprar alguna pequeña joya literaria.

Ella no concibe al escritor que desprecia la lectura. “Desde que empecé a escribir de una forma más conciente, me puse a estudiar a los clásicos, el llamado Siglo de Oro español, de ahí tengo a Lope (de Vega), pero sobre todo a (Francisco de) Quevedo y a muchos otros españoles de todos los siglos subsecuentes: la generación del 27 y del 32; los que llegaron como refugiados a México, como los poetas Manuel Altolaguirre y Juan Rejano. Y después he procurado seguir a todos esos jóvenes desde la época en que los leía hasta la fecha. No he dejado de leerlos y de apreciar lo que la poesía contemporánea tiene de diferente de la poesía del siglo XVIII”.

Como escritora, y aun como simple lectora, tiene sus preferencias. “La intuición es lo que gobierna la poesía contemporánea, y es la que yo sigo para escribir”, cierra con una sonrisa franca.

Coautor de la obra

La conductora cultural de TV UNAM, editora de libros y también poeta campechana, Enzia Verducchi, desearía no sólo para su obra, sino para cualquier libro bueno, “un lector dispuesto al hallazgo y la sorpresa”.

La autora de “Cartas de usurpación” apela a una lectura ajena completamente a la pasividad. “Sospecho que todos aspiramos más allá de un lector sensible, apelamos también a un lector inteligente porque de alguna manera un lector es coautor a la hora de leer el poema. En el momento en que uno escribe el poema, ya deja de ser el autor del mismo y éste empieza a ser de todos, en ese momento el lector tiene una enorme complicidad y por eso es coautor de una obra. Yo así lo tomo”.

Así como define a sus imaginarios lectores como coautores de obras, Verducchi reconoce la influencia en su trabajo de sus dioses tutelares. “De los autores que siempre me han acompañado, están José Carlos Becerra y Cesare Pavese. Son dos poetas que siempre están conmigo y lo que yo hago es influencia de ellos”.

Pero los descubrimientos no se acaban, ni como lectora ni como escritora. A últimas fechas dice haber descubierto a un novelista y poeta albanés sorprendente: “Ismael Karadé para mí ha sido sorprendente, es un autor que puede jugar con la historia y con el tiempo de maneras impensables antes de haberlo leído”.

¿Y los dioses tutelares, cambian? ¿Se transforman? “Yo sigo disfrutando mucho de Thomas Mann, pero lo bueno de ser lector es que con la edad uno va teniendo diferentes tipos de lecturas. Creo que hay dos tipos de lecturas: cuando compras un libro y por extrañas razones no lo has leído, y de pronto lo lees después de los 30, y es como si el libro te hubiera estado esperando; y por el otro lado, estos libros que uno leyó en la adolescencia y cuando uno los vuelve a leer, redescubres de nuevo al libro, eso me parece maravilloso”.

Para dar por terminada la breve charla, confiesa: “Me pasa ahora con (James) Joyce, creo que no lo leía igual cuando tenía 20 que ahora… ¿Qué cuantos años tengo? Estoy en el umbral de los 38”.

Testigo del tiempo

Mónica Nepote, la más joven de las tres, tapatía autora del poemario “Trazos de noche herida”, no tiene una percepción muy clara de su lector idóneo. “A lo que yo aspiraría como autora es quizá a responder a mi tiempo físico, a mi contexto histórico; en este sentido yo pensaría en que el lector no tenga que ser mi lector, sino el lector de toda una generación, un lector que tenga las mismas herramientas visuales, de códigos lingüísticos y periodísticos que tengo yo”.

Para Nepote, lector y autor comparten además una misma necesidad de entendimiento. “Como escritor o como lector uno se inscribe o busca uno responder al lenguaje. La lengua misma tiene un peso muy fuerte, una tradición detrás. Y mi lector debe estar conciente de este peso, como yo lo estoy también”.

Actualmente, la escritora con estudios de letras por la Universidad de Guadalajara, trabaja en una serie de textos que están contrapuestos entre sí unos de otros, pero al mismo tiempo muy próximos. “Los primeros se llaman ‘Prodigios’, que son pequeñas epifanías del mundo cotidiano, como puede ser la entrada de la primavera o la imagen de un pez en un Museo de Historia Natural, en fin. Y los otros, como el reverso de la moneda, son como los sucesos de tenebra del mundo. Por un lado es la claridad, pequeños milagros de la vida cotidiana, y por el otro lado, son la barbarie”. Nepote espera que este trabajo, al igual que los anteriores, responda a ese lector testigo de su tiempo.

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