“Ciudad en el alba”, de Manuel Blanco, una declaración de amor por la ciudad de México y sus habitan

El libro reúne artículos que
 el periodista publicó durante
años en su columna de ‘El Nacional’

Por Gregorio Martínez Moctezuma
Corresponsal Azteca 21

Ciudad de México. 3 de mayo de 2005. Pocos, muy pocos libros son amenos y profundos, alegres y tristes, razón y motivo, inspiración y tema, homenaje y ofrenda, clásico y obligado, declaración de amor y profesión de fe por una ciudad, como lo es “Ciudad en el alba”, de Manuel Blanco, editado por la Dirección General de Comunicación Social del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, dentro de su meritoria colección Periodismo Cultural.

El libro reúne artículos que el periodista publicó durante años en su columna de “El Nacional” —diario ya desaparecido—, en los que da cuenta de la vida, sucesos y personajes memorables de esa ciudad —ya transformada, que no desaparecida— que le tocó vivir, sufrir, padecer, gozar, odiar y, sobre todo, amar.

Como es evidente en el mismo título, Blanco también rinde un homenaje a otro hombre que amó y odió esta ciudad de los desastres y las maravillas a las altas horas de la madrugada: Efraín Huerta, aquel bardo que le dedicó varios poemas inolvidables, uno de cuyos versos dice así: “Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad”, en los tiempos en que el Eje Central Lázaro Cárdenas aún se llamaba San Juan de Letrán.

En “Ciudad en el alba”, Manuel Blanco rescata una serie de hechos, sucesos y personajes que de un modo u otro le han brindado su fisonomía, su particular forma de ser. Y digo rescata, porque mucho de lo que nos cuenta en su libro pertenece ya al pasado glorioso e irrecuperable de nuestra ciudad.

Por sus páginas desfilan los modos de vida, las costumbres y tradiciones de los habitantes de los barrios de esta megalópolis. Ah, porque el barrio en Blanco es un verdadero microcosmos dentro del macrocosmos que es la ciudad de México. Así, él se convierte en un verdadero cronista de la ciudad, más aún, Manuel Blanco es el verdadero cronista del barrio. A él también se le puede aplicar lo que señaló respecto de Chava Flores: él es el barrio. Punto.

Pero no todo el mérito del libro está en tratar de la ciudad, sus figuras y desfiguros, no; quizá su mayor virtud sea su apropiación —rescate y conservación— del lenguaje popular, del lenguaje vivo que transita por las venas del chilango —término tan apreciado por el periodista—, del lenguaje sabroso, pulcro y vigoroso que se regocija en recrear, en comunicar.

He aquí otra característica de “Ciudad en el alba”: la escritura en tono coloquial, virtuosa, de Manuel Blanco de inmediato establece un nexo con el lector, una complicidad alegre y honesta que hace guiños y transporta al lector a aquellos tiempos, a aquellos lugares, a deleitarse con esas comidas, con esas “suculencias mexicas”.

Y es que uno de los apartados del libro está dedicado precisamente a “La gula”, donde el periodista nos habla de la birria de Santa Julia, de las fritangas en el Centro, de los tacos de bistec en sus deliciosas versiones, de su apología del guacamole, de la importancia de una ramita de perejil o de epazote, del arte de usar la tortilla o de comer tacos, de los distintos modos de preparar el arroz —ninguno como el que se preparaba por los rumbos de La Merced—, las memelas del mercado de Sonora, de la pancita del mercado Martínez de la Torre de la colonia Guerrero, de… En fin, en este apartado uno termina con hambre y con la certeza de que, en términos de comida, ya nada es igual.

En “La cotidianidad”, encontramos textos igualmente memorables y disfrutables, como el que dedica Blanco a la Plaza Garibaldi, un verdadero testimonio del Garibaldi que se ha perdido; o el que trata sobre los niños que de cualquier modo improvisaban una pelota y a echar patadas; o el que retrata a un personaje que apenas sobrevive: el ropavejero; el gusto por chacharear; el que trata de los fantasmas que desde entonces recorrían la ciudad: la contaminación y su desmesurado crecimiento, que lo llevó a los terrenos de la profecía: Mexcuepuetopa: una ciudad de México ligada a Cuernavaca, Puebla, Toluca y Pachuca.

“Con la música por dentro” incluye textos en los que descubrimos la vieja raigambre sonera, guapachosa de nuestros barrios, de nuestra ciudad. Ahí, Blanco nos habla de la Sonora Santanera, Acerina, Mercerón, Pérez Prado, Lobo y Melón, del Salón “Los Ángeles”, Toni Camargo, Sonora Veracruz, Pepe Arévalo, los tíbiris, el arte de bailar y hasta de Rockdrigo González.

La lista de “Los personajes” podría ser interminable, pero podemos mencionar, a modo de ejemplo, a los integrantes de “La familia Burrón” y a su creador, Gabriel Vargas, al cilindrero, al zapatero remendón, a “la María”, al camotero, los dibujantes, el teporocho, el abonero, las “bellas de noche”, “El Púas” Olivares, Kid Vanegas, Renato Leduc, Carlos Monsiváis, las librerías de viejo…

Y en “El panteón nacional” traza frescos sobre Luis Barragán, José Revueltas, Alicia Urreta, Juan de la Cabada, Emilio “Indio” Fernández, María Sabina, Luis González Obregón, Juan Orol, José Guadalupe Posada, Juan Rulfo, Demetrio Vallejo, Aurora Reyes, Salvador Toscano, su hija Carmen y las “Memorias de un mexicano”.

Por último, en “El temblor” registra ese aciago septiembre de 1985 cuando nuestra ciudad padeció una de sus peores pesadillas. Definitivamente, “Ciudad en el alba” es un libro que todo mexicano interesado en su historia, en su ser peculiar, debe conocer. Su lectura no es obligatoria: es un verdadero placer.

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