La pobreza: peligro potencial para las democracias

La coyuntura que enfrenta México en materia política y económica no debe pasar de largo. Parece que nos encontramos atorados  en la ruta de la democracia dado que no logramos embonar las decisiones de política económica con los intereses de ciertos grupos.
En la situación actual vale afirmar que estamos empantanados. Todas las propuestas se estancan,  la apariencia de la ingobernabilidad persiste, como la falta de capacidad para lograr consensos y puntos de acuerdo que permitan desahogar una agenda de reformas inconclusa.
Estamos inmersos en un profundo desgaste.
Guillermo de la Dehesa, en su libro "Comprender la globalización", señala que los ciudadanos deben ser cada vez más exigentes con los políticos, como resultado de la creciente democratización de los países.
De la Dehesa comenta que "si la manera de castigar al o los políticos por su mala actuación es esperar a las próximas elecciones; el poder económico no espera. La manera de castigar ante las malas decisiones políticas es simplemente irse a otro lado a invertir".
El pensador Doménico Fisichella, en su libro "Dinero y Democracia. De la Antigua Grecia a la economía global", considera que la democracia moderna se funda sobre el precepto de todo el poder para nadie.
Si quiere funcionar como tal, puntualiza Fisichella, debe configurarse como un gobierno mixto, como mando político articulado entre varios poderes efectivos equilibrados entre sí, como control y condicionamiento.
"La democracia de los modernos, al postular entre otras cosas la autonomía de la dimensión económica y asumir entre sus fines el bienestar económico, reconoce que el dinero es una de la fuentes de poder que operan en la sociedad civil e influyen sobre la sociedad política", afirma el investigador italiano.
Fisichella argumenta que el sufragio popular es la fuente de poder y legitimación, no obstante, advierte, que se absolutiza como principio  pretendiendo una aplicabilidad exclusiva, se vulnera e incluso, puede anularse la autonomía de las dimensiones económica y cultural.
Son  preceptos interesantes de pensadores que abordan los cambios que han surgido en el mundo a raíz de la caída del bloque socialista, donde el capitalismo surgió  como la única fuerza dominante en el ámbito económico y la democracia pretender serlo en las relaciones entre ciudadanos y sus gobernantes. Hemos llegado hasta la falacia que defiende Estados Unidos de que el libre mercado es el principal promotor de la democracia. Lo dice el país que en los últimos años ha venido funcionando más como un Estado fascista que como una democracia.
En esta ponderación del libre mercado y la democracia, el verdadero poder económico y político descansa en las grandes multinacionales que poseen el control sobre de la tecnología y los medios de la producción. Esto implica que a mí entender en esta nueva fase del capitalismo, revestida de globalización y neoliberalismo,  lo que triunfa no es la llave de la democracia sino el poder de la  oligarquía: una pequeña elite de poder que controla el mercado energético;  la producción de armas masivas; los medios de comunicación; el Internet y la tecnología; los mercados financieros; y  la industria pesada.
A COLACIÓN
 Otro dique para la democracia es el desencanto de la población por la falta de logros y mejorías tangibles en el orden social y económico. La pobreza es el enemigo principal de la democracia y de la gobernabilidad.
 De acuerdo con un informe publicado en Ginebra, Suiza, el 20 de abril de 2003, la brecha de la desigualdad mundial se profundiza año con año en detrimento de la gobernabilidad. La conclusión implica que "ninguna de las metas del Milenio para reducir la pobreza mundial serán cumplidas antes de 2015".
 En septiembre de 2000, en la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas, un total de 189 líderes suscribieron una serie de objetivos en diversas áreas. El plan de acción implica que los países más desarrollados destinen un porcentaje anual del PIB, hacia una serie de países con graves problemas.
El plan del Milenio estableció un porcentaje del 0.25% del PIB. El resultado de estos últimos años ha demostrado que no todos los países han cumplido y que el porcentaje es insuficiente.
 La ONU y el Banco Mundial consideran que, al menos se requieren  100 mil millones de dólares anuales, para una lucha eficaz contra la pobreza. Es una cantidad  ínfima al respecto de todo cuanto gastan diversos países en armas militares.
 Como las cifras para el desarrollo son incompetentes, ahora la ONU está pidiendo un aumento en las aportaciones del PIB. El ex presidente Ernesto Zedillo forma parte de la Comisión para reducir la pobreza y cumplir con las metas del Milenio. Es curioso, pero Zedillo no destacó como presidente por reducir la pobreza del país un fenómeno al que se le dio el tratamiento de siempre: tortibonos, tortivales, leche Diconsa, Progresa; etc. una serie de  subsidios que no contribuyeron a resolver el problema de una fuente de trabajo con una remuneración digna.
 De igual forma, las metas del Milenio están estructuradas sobre de una base de subsidios cuyo éxito dependen de la buena voluntad de los que más tienen.
 El punto es que el 0.25% del PIB no basta y hay que elevar la cifra. Aunque no hay consenso definitivo, el margen se mantiene entre un 0.54% y un 0.7 por ciento.
 Louis Michel,  comisario de Ayuda Humanitaria y Cooperación al Desarrollo, de la Unión Europea se pronunció a favor de aumentar la ayuda a partir de los lineamientos de la ONU. Michel dijo que los países de la UE están dispuestos a contribuir con el  0.7% del PIB. Falta conocer la posición de Estados Unidos, uno de los países que menos contribuyen al desarrollo.
GALIMATÍAS
 Para los que no creemos en las bondades de los subsidios debemos pedir al ex presidente Zedillo que encabece en la ONU una serie de propuestas que corrijan los desequilibrios que provocan las grandes multinacionales culpables de buena parte de la pobreza y de la expropiación de los beneficios; debemos pedirle que proponga una base equitativa para el comercio mundial; y que como muestra de las buenas voluntades, los grandes organismos acreedores internacionales condonen la deuda externa a los países con graves problemas de desarrollo. Sólo así podrá haber un cierto margen de acción para generar políticas que reduzcan la pobreza y se asegure que la gobernabilidad y los gobiernos democráticos persistan en este siglo XXI. El totalitarismo siempre está a la vuelta de la esquina.
Agradezco sus comentarios a:claulunpalencia@yahoo.com

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